LO DEJARON TODO Y LE SIGUIERON
Carmen SotoLc 5, 1-11
Tras el incidente en la sinagoga de Nazaret, Lucas sitúa a Jesús en la ciudad de Cafarnaúm, distante unos 47 km de su pueblo natal. Cafarnaúm era una ciudad pequeña situada a la orilla del lago de Genesaret, cerca de la frontera norte de Galilea y bien comunicada con las otras zonas de la región. Por su situación geografía una de las principales actividades económicas de su población era la pesca. Un trabajo que se realizaba normalmente durante la noche o en las primeras horas de la mañana. La comercialización del producto se hacía a través de redes de intermediarios y era gravado con fuertes impuestos que no dejaba grandes beneficios a los pescadores.
El relato lucano presenta a Jesús una mañana predicando a la orilla del lago cuando los pescadores de vuelta ya de su faena comercializaban su producto y arreglaban y limpiaban sus aparejos de pesca. Era un momento en que se concentraba mucha gente junto al lago y posiblemente (aunque Lucas no lo dice) entre las personas que se agolpaban para escuchar al maestro habría pescadores, recaudadores de impuestos, mendigos, comerciantes (varones y mujeres), judíos y paganos... eran tantos/as los que lo rodeaban que Jesús decide subirse a la barca de Pedro y pedirle que la distancie un poco de la orilla para que sus palabras llegasen más fácilmente a sus oyentes.
El autor del evangelio no informa del contenido de la predicación de Jesús, solo que se limita a decir escuetamente que hablaba sobre la palabra de Dios. Quizá como había hecho anteriormente en Nazaret estaba interpretando la Escritura de ese modo tan liberador y sanador que le caracterizaba. Pero ahora ya no lo hacía en el espacio religioso de la sinagoga, sino en un lugar público de trabajo y ante gente de muy variada condición.
Al terminar, Jesús se dirige a Pedro y le pide que salga de nuevo a pescar. Con ciertas reticencias éste acepta y consiguen una abundante. Este hecho deja sin palabras a todos los presentes y Pedro postrándose a los pies de Jesús reconoce en él la actuación portentosa de Dios. Pero Jesús lo invita a ir más allá del temor reverencial que le produce el portento realizado y le ofrece formar parte de su proyecto salvador. El relato finaliza diciendo que Pedro y sus compañeros de trabajo, después de varar las barcas lo dejaron todo y le siguieron.
Los evangelios más que biografías de Jesús, son testimonios de hombres y mujeres que se encontraron con Jesús, creyeron en él y le siguieron. Estas experiencias aparecen a veces narradas en forma de curaciones, otras a través de diálogos con el maestro y otras, como en este caso, con una llamada directa de Jesús al seguimiento. Todas ellas señalan el comienzo de la incorporación de estas personas en la comunidad de Jesús, a su proyecto y a su estilo de vida.
Seguir a Jesús y abandonarlo todo comportaba desarraigo y vida itinerante, lo que suponía, dejar la casa, la familia, el trabajo, la red de relaciones… que era lo que sostenía la vida de una persona, lo que le daba identidad y honorabilidad en aquella sociedad. Abandonar todo eso suponía asumir una conducta desviada, soportar el estigma de la marginalidad y en muchos casos vivir el rechazo de los vecinos/as y familiares.
Aquella mañana a la orilla del lago, la vida de aquellos pescadores y de sus familias cambiaba definitivamente. A partir de ese momento comenzaban a construir un nuevo espacio común junto a Jesús, la comunidad del Reino. Un nuevo espacio identitario y relacional que los vinculaba entre sí como hermanos de un mismo padre, el Abba de Jesús y con un nuevo proyecto el del Reino.
La nueva comunidad del Reino a la que invitaba Jesús (Mc 3, 31-35) abría insospechados horizontes de vida y misión, de fe y esperanza. Jesús, a sus seguidoras y seguidores, les va a proponer incorporarse a una nueva familia (comunidad del reino) que va a trastocar lo establecido. En ella existe un único Padre para tod@s, un padre que él llama Abbá y que tiene entrañas maternas (Parábola del hijo prodigo), que perdona siempre y sólo desde él se puede construir la casa. Pertenecer a la comunidad reconfigura las fidelidades y hace posible una nueva identidad, la de hijo/a, y unas nuevas relaciones la de herman@s, desde una sola actitud, la del servicio.
Carmen Soto Varela, sj