La dimensión olvidada:
la vida interior
La vida interior representa, actualmente, una de las
dimensiones más olvidadas de la humanidad. Urge rescatarla,
pues en ella se encuentra la serenidad, y el sentimiento
sagrado de la dignidad.
En primer lugar, es importante aclarar la palabra
“interior”. Es el reverso de exterior. La vida posee una
dimensión exterior. Es nuestra corporalidad. La cultura
moderna ha inflacionado la exterioridad a través de todos
los medios de comunicación. El mundo de las personas ha sido
totalmente divulgado.
Pero existe también lo interior. Generalmente lo interior es
aquello que no se ve directamente. Podemos conocer y hasta
fascinarnos por el exterior de una persona, por su belleza e
inteligencia. Pero para conocerla necesitamos considerar su
interior, su corazón, su modo de ser y su visión del mundo.
Sólo entonces podemos hacer juicios más adecuados y justos
sobre ella.
Interior tiene además el significado de calidad de vida.
Así decimos que la vida «en el interior» (del país) es más
tranquila, más integrada en la comunidad y en la naturaleza,
en el fondo, con más posibilidad de hacernos felices. Es que
la vida «en el interior» no está sujeta a la lógica de la
ciudad, con el ir y venir de las personas, la parafernalia
técnica y burocrática, y las amenazas de violencia.
Por último, interior significa la profundidad humana. Este
interior, lo profundo, emerge cuando el ser humano se
detiene, calla, comienza a mirar dentro de sí y a pensar
seriamente. Cuando se plantea cuestiones decisivas como:
¿qué sentido tiene mi vida, todo ese universo de cosas, de
aparatos, de trabajos, de sufrimientos, de luchas y de
placeres? ¿Hay vida más allá de la vida, ya que tantos
amigos murieron, a veces de forma absurda, en accidentes de
automóvil o por una bala perdida? ¿Por qué estoy en este
planeta pequeño, tan hermoso, pero tan maltratado?
¿Quién ofrece respuestas? Por lo general son las religiones
y las filosofías, pues siempre se ocupan de estas
cuestiones. Pero es ilusorio pensar que con asistir a los
cultos o con adherirse a alguna visión del mundo se
garantiza una vida interior. Todo eso importa, pero sólo en
la medida en que produce una experiencia de sentido, una
conmoción nueva y un cambio vital.
La vida interior no es monopolio de las religiones. Éstas
vienen después. La vida interior es una dimensión de lo
humano. Por eso es universal. Está en todos los tiempos y en
todas las culturas.
Las religiones cumplen su misión cuando suscitan y
alimentan la vida interior de sus seguidores, cuando les
ayudan a hacer el viaje a su interior, rumbo al corazón,
donde habita el Misterio. Vida interior supone escuchar las
voces y los movimientos que vienen de dentro. Hay un yo
profundo, cargado de anhelos, búsquedas y utopías. Sentimos
una exigencia ética que nos invita al bien, no sólo
personalmente, para uno mismo, sino también para los otros.
Hay una Presencia que se impone, mayor que nuestra
conciencia. Presencia que habla de aquello que realmente
cuenta en nuestra vida, de aquello que es decisivo y que no
puede ser delegado en nadie. Dios es otro nombre para esta
experiencia que satisface nuestra búsqueda insaciable.
Cultivar ese espacio es tener vida interior. El efecto más
inmediato de esta vida interior es una energía que permite
encarar los problemas cotidianos sin excesiva agitación.
Quien posee vida interior irradia una atmósfera benéfica y
transmite paz a quienes le rodean.
Alimentar la vida interior es no tener soledad nunca más.
La soledad es uno de los mayores enemigos del ser humano,
porque lo desenraíza de la conexión universal. La vida
interior lo religa al Todo del cual es parte.
Leonardo Boff
Koinonía