DOS BIBLIAS EN UNA
En la Biblia se destacan dos
corrientes, una enfocada hacia la liturgia, otra hacia la
justicia. La de la liturgia corresponde a los sacerdotes, y
la de la justicia, a los profetas.
La Biblia sacerdotal
Miremos primero la corriente
litúrgica promovida por los sacerdotes.
Los sacerdotes se dedicaban al servicio del templo, o sea a
la ofrenda de los sacrificios y a las oraciones. También se
desempeñaban en política como consejeros de los reyes y, en
cierta época, como sustitutos de ellos.
En la composición de la Biblia, su aporte fue primordial.
Varios textos bíblicos fueron redactados de su mano,
mientras otros, de fuentes distintas, fueron seleccionados
por ellos e integrados al cuerpo de la Biblia. Como eran
sacerdotes, privilegiaron en sus trabajos todo lo que
interesaba al culto, porque para ellos el culto, o sea la
liturgia, era el comienzo y el coronamiento de la vida del
Pueblo de Dios. Toda la vida del pueblo debía ser cultual,
consagrada, transformada en sacrificio que agradara a Dios.
Es así como los sacerdotes multiplicaron las leyes para que
los objetos y gestos de la vida diaria, aún los más
insignificantes, fueran dignos de Dios. A lo que ellos
determinaban como digno de Dios lo llamaban “puro” y a lo
que determinaban como indigno de Dios, lo declaraban
“impuro”.
Respecto a las personas, se siguió un proceso similar; para
ser considerado puro y agradable a Dios uno tenía que
conformarse a las reglas estrictas establecidas por los
sacerdotes, de lo contrario, era considerado como impuro y
se merecía el castigo de Dios. De suerte que si la nación
sufría algún desastre, la culpa la tenía el pueblo impuro
que descuidaba las reglas del culto.
Lo primero que había que hacer entonces para remediar esos
males, era reforzar el culto, aumentando los sacrificios y
multiplicando las oraciones. Todas esas leyes, normas y
reglas fueron religiosamente compiladas en la Biblia como
“palabra de Dios”.
La Biblia profética
Pero en tiempos más bravos de gran crisis, se hacía oír una
voz distinta y aún contraria a la de los sacerdotes: era la
voz de los profetas.
Los profetas combatían con toda energía el culto de los
ídolos que representaba una seria amenaza a la identidad de
la nación y a su futuro como Pueblo de Dios. Pero
cuestionaban con el mismo ímpetu el culto legítimo de los
sacerdotes de su propia nación cuando ese culto no servía
sino para adormecer la conciencia y aplazar indefinidamente
los cambios profundos a los que la sociedad urgía.
La postura de los profetas al respecto era clarísima: no
eran los sacrificios o los rezos lo que agradaba a Dios,
sino la justicia. Ser justos era la única forma de salvar la
identidad y el futuro de la nación. Ni que decir tiene que a
los oídos de los empobrecidos ese lenguaje sonaba como
música, mientras que a los oídos de sus explotadores
chirríaba como blasfemia.
Litúrgicos vs
proféticos
Era común que sacerdotes y profetas chocaran. Pero como los
sacerdotes gozaban de un poder que los elevaba por encima de
los mortales, era un juego para ellos perseguir y aún matar
a los profetas.
Con el tiempo, sin embargo, los acontecimientos dieron la
razón a los profetas; todo lo que habían predicho se
cumplió: la nación fue conquistada, el Templo destruido y
los sacerdotes reducidos a la mendicidad.
Eso dio como resultado que el gran mensaje de los profetas
fuera finalmente reconocido como palabra de Dios e
incorporado a la Biblia. Ese reconocimiento era bien tardío,
pero debía incitar a las generaciones venideras a que no
cayeran en el mismo error de creer que para ahorrar
desastres a la humanidad la liturgia pudiera valer más que
la justicia.
Lo cual, sin embargo, no cambió mucho la situación, porque
con un pueblo más inclinado a lo mágico que a la razón, y
con miles de sacerdotes cuyo status y sustento dependían del
altar, el culto desarrollado en el marco grandioso de un
templo siempre ha seducido incomparablemente más que la
áspera lucha por la justicia. Así fue ayer y así sigue
siendo hoy.
En la tradición católica, toda la Iglesia terminó aglutinada
alrededor de los sacerdotes. En los primeros siglos, los
sacerdotes no perdieron la voz de los profetas. Con aquellos
a los que se convino en llamar “los Padres de la Iglesia”,
justicia y liturgia iban generalmente de la mano.
Pero, una vez que la Iglesia se convirtió en un instrumento
“providencial” de los emperadores romanos, los sacerdotes se
hicieron más tolerantes y, a imitación de sus colegas del
judaísmo antiguo, empezaron a hacer de la Biblia una lectura
principalmente enfocada hacia el culto.
Lo mismo hicieron los pastores de la Iglesia de la Reforma
que no vacilaron en conchabarse con los príncipes para
protegerse de los católicos. En resumen, todas las Iglesias,
(salvo gloriosas y escasas excepciones, y mayormente sólo a
nivel de individuos), hicieron a un lado el mensaje de
justicia de los profetas para dedicarse más específicamente
a lo espiritual, a lo litúrgico, y, hoy en día, a lo
carismático.
Si acaso alguna de las iglesias (católicas, ortodoxas,
protestantes o evangélicas) sube el volumen de su micrófono
para criticar el sistema que les da de comer, alegando con
la voz de los profetas que a Dios le dan asco nuestras misas
y otros cultos mientras más de la mitad de la humanidad pasa
hambre, podemos afirmar que nos encontramos ante un
accidente histórico mayor.
Porque es un hecho bien establecido que hasta ahora la
catástrofe del hambre en el mundo es en gran parte causada
por los mismos cristianos divididos entre rapaces que
dominan el mercado y ovejas tontas amantes de la piedad y de
la paz, las que, por fidelidad a sus pastores serviles,
nunca cuestionan nada y miran el compromiso cristiano por la
justicia como algo bueno sólo para los chinos o los cubanos.
La salida “pastoral”
Puesto que en medio de nosotros prevaleció la ideología
sacerdotal, el grito de los profetas se quedó bajo el
celemín. Mucho se ha alabado a Jesús como “Sumo Sacerdote”,
mientras a Jesús Profeta se lo desconoce, o se lo reduce a
un par de homilías al año, cuando mucho, y tal vez a una
clase de catequesis para adolescentes rebeldes con la mente
puesta en otra cosa.
Lo que sí sobrevive con persistencia es la figura linda de
Jesús Buen Pastor, a la que por otra parte se la ha vaciado
concienzudamente de toda sustancia profética (hoy diríamos
“revolucionaria”, ¡que la tiene!) para reducirla a la de un
funcionario religioso amable, más o menos ducho en
relaciones psico-espirituales.