MARÍA
Inmaculada concepción
Es un dogma católico - más español que católico - que hiere los
oídos protestantes. Un dogma que presupone, implícitamente, el
fracaso de la creación.
Le ruego serenidad. No se me asuste. Sepa que mi vida cristiana,
desde pequeño estuvo unida a María. Y de ninguna forma renuncio
a María la madre de Jesús. Aunque sí lamento que, de forma tan
infantil y tan burda, nos hayan quitado a la señora María para
dársela a los ángeles.
Roma levantó la pancarta de la virginidad, de la concepción
inmaculada, de su asunción en cuerpo y alma a los cielos. Inundó
el mundo cristiano de pinturas e imágenes de una joven de piel
tersa, bellísima, pisando serpientes y rodeada de angelitos
gordos y blancos.
Yo, superadas las ingenuidades catequéticas, me la imagino mucho
más bella, con arrugas en la piel y rodeada de vecinas. La
señora María, campesina de una aldea desconocida en tiempos del
Antiguo Testamento.
¿Que yo le falto al respeto? No. Quien falta al respeto a la
verdad histórica, a la teología más seria es esa tendencia
maligna de negar lo humano y angelizar al hombre. Y eso es
equipar nuestra fe con leyendas y mitos. Hemos convertido a la
madre de Jesús en un pastel de nata.
Concebida sin pecado. ¡Pues claro que sí! La concepción no
transporta pecado. Creo que todos somos inmaculados cuando nos
conciben. No fuimos concebidos en pecado. En nuestra concepción
intervino el amor, la pasión o la irreflexión. Pero en aquel
óvulo fecundado sólo había vida, no muerte. Allí estaba Dios,
como en el comienzo de cualquier estrella.
De María, la pueblerina de Nazaret, cuenta Lucas que, desde la
conciencia de su pequeñez, dijo “sí” a Dios. Ese “sí” es la
esencia de María. Nunca dijo “no” a Dios. Aceptó a Yahvé, en
silencio, sin entenderlo. La vida de la madre de Jesús fue un sí
a Dios. Un sí de la creación al Creador. Ese sí de José y María
floreció. Y nació Jesús.
Todo lo demás que cuenta Lucas es artificio literario, que
reproduce clichés del Antiguo Testamento cocinados con leyendas,
mitos, y usos literarios no sólo bíblicos. Véase el poco citado
nacimiento de Sansón: una madre estéril, un ángel anunciador,
una promesa, un marido desconcertado (Jueces, capítulo 13)
Hoy, la madurez de nuestra fe resume todo en una verdad: María
fue la mujer del hágase, “fiat”. Ese “sí” no nació pronunciado.
Se tuvo que ir pronunciando. Como José, el gran olvidado. Como
Jesús. Como todos. La libertad humana es elemento constitutivo
si es que se quiere hablar de una mujer real o de un hombre
real. Libertad para el no, libertad para el sí, o libertad para
huir.
María y José son símbolo del anonimato de la acción de Dios en
la historia del hombre. Levadura enterrada en la masa. No se ve.
No se mastica. Pero transforma. Para comprender la acción de
Dios en la historia humana hay que pasar por José y María.
Cuántos Josés y cuántas Marías siguen trayendo a Jesús,
anónimamente, a la sociedad. Son los modos de Dios.
María, la madre de Jesús
María, la madre de Jesús, fue una mujer madre como todas las
mujeres madres.
Fue virgen. No por el himen sino por la fe. El semen del hombre
no mancha.
María es la mujer del silencio creyente que aceptó a Yahvé sin
comprenderlo.
Y se dejó moldear a imagen y semejanza de Dios.
De su vientre nació Jesús, el Cristo, la Palabra de Dios, igual
en todo a los demás hombres.
Parido con dolor a través de un himen rasgado y muerto en el
dolor. Rasgando con su grito de abandono el velo del Templo.
María, madre de Jesús porque le dio su sangre. María, madre de
Cristo, porque le había dado ya su corazón y su vida a Dios,
dejándose llevar por el Espíritu.
Si Abraham se convirtió en el padre de un pueblo de creyentes
por haberse fiado de un Dios sin nombre e incomprensible, María
es la madre de un pueblo de hijos de Dios, concebidos en el
silencio oscuro de su fe.
Es inmaculada, porque jamás se separó de Dios.
Es virgen, porque jamás se postró ante ningún ídolo. ¡Ya es
bastante virginidad!
Lo del semen y el himen pudiera ser simple pornografía teológica
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