RICOS Y POBRES
En cuanto
vemos a un rico queremos convertirlo,
ad maiorem
Dei gloriam.
“Convertir” a un pobre no es rentable.
Zaqueo,
puesto en pie, dijo a Jesús: “Daré, Señor, la mitad de mis
bienes a los pobres” Lucas, 19 - 8
Es curioso. A Jesús sólo le dio de comer. La mitad de sus bienes
los repartió entre los pobres, sin intermediarios. Por lo visto
Jesús no supo organizar esto de la beneficencia. Ni cobró nunca
por hacer el bien. Al menos, podría haberse quedado algo para
los gastos de estructura. Está claro que no supo nada de
negocios ni de planificación.
Yo te llevo a Jesús, tú me das tu cartera. Yo te convierto, te
doy la luz, la paz, y tú me ayudas económicamente.
Se comercia con el Evangelio.
En cuanto vemos a un rico queremos convertirlo. Siempre ad
maiorem Dei gloriam. No hay, quizá, mayor profanación de Dios.
“Convertir” a un pobre no es rentable. “Convertir” a un rico
puede ser el negocio de la vida. ¡Qué enorme atractivo tiene la
riqueza!
¿Por qué será que cuando tratamos con un rico cambiamos hasta de
semblanza? ¿Por qué alimenta ilusiones, esperanzas la amistad de
los ricos? Su compañía y amistad nos hace sentirnos más fuertes,
más importantes, y más aduladores. Hacemos maravillas circenses
para caerles simpáticos.
Dichosos vosotros los pobres, porque tenéis a Dios por rey.
Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque os van saciar.
Dichosos los que ahora lloráis, porque vais a reír.
Dichosos los pobres, porque tenéis a Dios por amigo.
Dichosos los que eligen ser pobres.
Pero en la realidad del día a día rechazamos ese evangelio.
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