ÚLTIMA TARDE
Dios, el
Padre, sigue esperando en lo alto de la colina.
Nunca pierde la
esperanza.
Nunca
abandona.
En lo que respecta a Dios, vivimos en medio de la noche. Dios no
es evidente. Sin embargo no podemos quitarnos de encima su
sombra. A veces, sombra luminosa más que un mediodía. A veces,
noche cerrada en la que la sombra sólo es sospecha. Noche,
sombra, sospecha, pero siempre presente.
¿Dios Padre?
Tenue llama vacilante, que nunca se apaga.
Soporté tormentas, inundaciones, bajo techo y a la intemperie.
Nunca se apagó la temblorosa llama.
Seguía ahí. Al derrumbarse todo, seguía ahí. Débil. Gritando sin
gritar que Dios seguía allí.
Dios debe ser muy terco. Nunca pierde la esperanza. Nunca
abandona.
No es el hijo que busca al Padre. Es el Padre que nunca deja la
colina, soñando con la silueta lejana del hijo. Esperando que,
por fin, se harte de bellotas y venga a la mesa del Pan y el
Vino y los hermanos. No es el Padre quien tarda. Él es la
terquedad y la espera. Es el hijo que se entretiene. Se
tambalea, de mesón en mesón, quemando una fortuna.
Pero es bella la vida si Dios, el Padre, sigue esperando en lo
alto de la colina.
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