EVANGELIOS Y COMENTARIOS   

                             
                              

 

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Juan 20, 19-23

 

 

Ésta es la única verdad:

Dios está en lo más hondo de tu ser.

Todo lo demás es comentario

 

 

No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho pasado, sino viviendo una realidad presente. La fiesta de Pentecostés es la culminación de la experiencia pascual.

 

Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra del Espíritu. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su misma presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad.

 

De acuerdo con la teología más tradicional, la distinción entre las tres personas de la Trinidad sólo tiene efecto en sus relaciones “ad intra” es decir, en sus relaciones entre ellas mismas. Cuando se relacionan “ad extra”, es decir, con el resto de la creación, se comportan siempre como UNO, Dios.

 

Cuando decimos ‘Espíritu Santo’, debemos entender Dios-Espíritu, no una entidad que anda por ahí haciendo de las suyas separada del Padre y del Hijo. Esta simple consideración evitaría la mayoría de los errores que arrastramos sobre el Espíritu Santo.

 

Mi relación con Dios no es la relación de un yo con un . Se trata más bien, de la relación de mi yo con el YO, que es la quintaesencia de mi propio yo. Ésta es la experiencia de todos los místicos. Ésta es la sublime experiencia del hombre Jesús. 

 

Sólo hay espiritualidad cuando se vive según el Espíritu. Sólo el Espíritu puede hacernos traspasar los límites de la vida fisioló­gica para entrar en la vida trascendente. El Espíritu es una realidad tan importante en nuestra vida espiritual, que nada podemos hacer ni decir si no es por él. Ni siquiera decir: “Jesús es el Señor” Ni decir “Abba”, si no es movidos desde Él.

 

Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos la acción del Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. Ni siquiera para los que creen que el Espíritu es un privilegio. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene nada que darme (dones). Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser.

 

Cada uno de los fieles es sujeto de esa presencia del Espíritu que Jesús prometió a los discípulos. Sólo la persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón como instituciones y comunidades, tienen el Espíritu en la medida que lo tienen los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Volvemos a ser conscientes de que, sin él, nada somos.

 

Ser cristiano no consiste en aceptar una serie de verdades teóricas, ni en cumplir una serie de normas morales, ni siquiera en llevar a cabo unos cuantos ritos sagrados. Todo eso no sirve de nada si no llegamos a una vivencia personal de la realidad de Dios que nos mueve desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió.

 

El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios. Fue una relación personal. Se atreve a llamarlo “papá”, cosa inusitada en su época y aún en la nuestra. Hace su voluntad. Le escucha siempre, etc..

 

Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar su experiencia de Dios como Espíritu. El único objetivo de su predica­ción fue que también nosotros lleguemos a esa misma experiencia. Aquí podemos encontrar el mejor camino para descubrir el Espíritu.

 

El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que os hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone el no dejarnos atrapar por cualquier clase de esclavitud alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, intereses de un "yo" fenoménico, miedos…

 

A veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de Dios que obra desde lo hondo del ser y acomodán­dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto esa acción no se puede equiparar ni sumar ni contraponer a nuestra acción. Se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.

 

Si Dios-Espíritu está en lo más íntimo de cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados en la posesión del Espíritu. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad tienen la presencia del Espíritu, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando al Espíritu.

 

Por el contrario, Cristo dejó bien claro que la única autoridad que quedaba sancionada por él, era la de servicio. "El que quiera ser primero sea el servidor de todos." O, "no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor."

 

El Espíritu es la fuerza de unión de la comunidad. En Pentecos­tés, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es el amor, por eso todo el mundo puede entenderla; lo contrario de lo que pasó en Babel. Hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”.

 

Durante los primeros siglos fue el Espíritu el alma de la comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción. Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios.

 

Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el Espíritu. La pérdida de la tensión escatológica y el abandono de la vivencia, lleva a una reinterpreta­ción de lo cristiano, en términos tomados de la ética greco-romana.

 

A partir de la paz de Constantino, el marco de la acción cristiana queda encerrado en el espacio de la Iglesia jerárquica. Ésta deja de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica.

 

Es muy difícil armonizar esta presencia del Espíritu en cada miembro de la comunidad con la obediencia tal como se ha interpretado con frecuencia. En nombre de esa falsa obediencia, se ha utilizado la autoridad para hacer personas sin voluntad propia y completa­mente dóciles a los caprichos del superior de turno.

 

Lo que se ha pretendido con esa obediencia es docilidades aberrantes en provecho de personalidades autoritarias que utilizan a Dios como instrumento de dominio de los demás. En estos casos, no es la voluntad de Dios la que se busca, sino someter a los demás a la propia voluntad.

 

La verdadera autoridad no se justifica por el Espíritu, sino por la necesidad de la comunidad humana. Pablo propone una comunidad enriquecida por la diversidad de sus miembros.

 

“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a sus padres, ni a los sacerdotes, ni a la misma Ley. Y sin embargo en el evangelio nos dice: “mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre.”

 

El único camino para salir del peligro de una falsa obediencia es que entremos en la dinámica de la escucha del Espíritu que todos tenemos por igual. Tanto los superiores como los inferiores, tenemos que abrirnos a la dimensión trascendente y tratar cada día de escuchar al Espíritu y dejarnos guiar por él.

 

Conscientes de nuestras  limitaciones, tenemos que estar atentos a las experiencias presentes y pretéritas de los demás.

 

 

 

Meditación-contemplación

 

La presencia de Dios-Espíritu en nosotros

es la base de toda contemplación.

El místico lo único que hace es descubrir y vivir esa presencia.

No es un descubrimiento intelectual, sino existencial.

Es tomar conciencia de que la única realidad es Dios-Espíritu en mí.

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La experiencia mística es conciencia de unidad.

No porque se ha sumado mi yo y Dios,

sino porque mi yo se ha fundido en el YO.

El místico llega a la misma conclusión que Jesús:

“yo y el Padre somos uno”

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No te esfuerces en encontrar a Dios ni fuera ni dentro.

Deja que Él te encuentre a ti y te transforme en Él.

Es tan sencillo como beber un vaso de agua.

Es tan difícil como alcanzar la luna.

Todo depende de la actitud del yo.

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Marcos Rodríguez

 

 

puede ver también  

los comentarios de Patxi Loidi y Pedro Olalde

sobre la fiesta de PENTECOSTÉS

con todos los textos de Evangelios y Hechos

 

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