EVANGELIOS Y COMENTARIOS
Juan 13, 31–35
31 Cuando salió, dijo Jesús:
- Acaba de manifestarse la gloria del Hijo del hombre y, por su medio, la de Dios; 32 y, por su medio, Dios va a manifestar su gloria y va a manifestarla muy pronto.
33 Hijos míos, ya me queda poco que estar con vosotros.
Me buscaréis, pero aquello que dije a los judíos: «Adonde yo voy, vosotros no sois capaces de venir», os lo digo también a vosotros ahora.
34 Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, también vosotros amaos unos a otros. 35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: en que os tenéis amor entre vosotros.
Comentarios de Patxi Loidi
La liturgia pascual sigue presentándonos puntos importantes de la imagen creyente de Jesús y de su seguimiento. El breve pasaje de hoy está situado en el dramático contexto de la traición de Judas. En él vemos que Jesús entrega su vida libre y gratuitamente por nosotros. De ahí que nos invite a amar de la misma manera a los demás, hasta el final. La Pascua es la experiencia de seguimiento de Jesús, que se traduce en el amor concreto a los hermanos, sobre todo a los pobres.
Conviene que nos situemos en el contexto. Jesús acaba de terminar el lavatorio de los pies. Después anuncia la traición y está conmovido, agitado. Cuando se va Judas, Jesús se desahoga con un grito de triunfo: “Acaba de manifestarse la gloria del Hijo del hombre y, por su medio, la de Dios”.
Ha comenzado el discurso de Jesús del evangelio de Juan, que abarca hasta el final del capítulo 17. Son revelaciones teológicas del evangelista, puestas en boca de Jesús, en diálogo con los discípulos. A esto le llamamos la despedida de Jesús.
El mandato que les da (y nos da) es como el de un padre que está en la cama próximo a morir, rodeado de sus hijos. Es la última voluntad de Jesús.
Sólo nos da este mandamiento. Juan concentra toda la ética de Jesús en este sólo mandamiento. Hay una vieja tradición que cuenta que, cuando Juan era muy viejo y predicaba a sus discípulos, sólo les decía que se amaran. Los discípulos se aburrían de oírle siempre lo mismo y se lo dijeron. Y él les respondió: ‘Es que, si realizáis este mandato, realizáis todos’.
El amor tiene valor en sí mismo: es el principal mandamiento, el único. Pero además, es la marca de fábrica que nos debe distinguir ante el mundo, el distintivo del verdadero cristiano.
Comentarios de Pedro Olalde
En el amor de las personas se manifiesta el amor de Dios. Resumiendo mucho, podaríamos decir: ¿Existe Dios? Mirad cómo se aman. Y es que no hay ningún signo tan convincente como el amor. Dios es amor y el ser humano también, y en todo amor se muestra que es criatura más que terrena. Es magnífico entender lo de Jesús, lo cristiano, como una evidencia y una potenciación de lo más profundamente humano de lo humano, su “ser semejantes a Dios”.
El catecismo infantil de tiempos atrás preguntaba: “¿Cuál es la señal del cristiano?” Y respondía: “La señal del cristiano es la santa cruz”. No puedo menos de sentir temor ante esta afirmación, porque se ha sustituido una señal por otra, y de manera significativa. La señal del Islam es la media luna, la señal del cristianismo es la cruz… Peligroso. Una señal externa para identificarnos. Es claro que el catecismo no quería decir sólo eso, pero la tentación existe.
El distintivo de los cristianos no es la santa cruz, colgada de una pared en las casas, las escuelas, las calles, ni el Sagrado Corazón entronizado en lo alto de los montes. Todas esas cosas pueden tener validez cuando expresan lo que sentimos.
La señal del cristiano es el amor fraterno. Y el amor es discreto, humilde, no es jactancioso, no se derrama en palabras, no alardea, no va proclamándose por las plazas. Prefiere el silencio, pasar inadvertido. Jesús es sabio: no quiere templos para manifestar esplendorosas adoraciones ni sacerdotes para oficiar ritos iniciáticos ni oraciones exteriores ostentosas ni limosnas, cara a la galería.
“En esto conocerán que sois mis discípulos” es una advertencia sobre la eficacia de nuestro apostolado. No vamos a convertir a nadie convenciéndole ni por propaganda, sino por contagio, porque el amor es contagioso.
Nadie puede decir de nuestra sociedad “mirad cómo se quieren”. Y la Iglesia disminuye, porque los antiguos modos de pertenecer a la Iglesia eran muy exteriores, muy de costumbres y la gente ya no se somete tan fácilmente.
El evangelio de hoy nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre el futuro de la Iglesia. Si no es presencia del amor de Dios, es que no existe, aunque parezca que hay una organización grande y poderosa que encarna la presencia de un dios sobre la tierra. Donde hay amor fraterno hay Iglesia. Sólo allí.
La Iglesia de Dios es un conjunto de personas que han descubierto el amor de Dios y viven de él, estén o no apuntados en un libro, profesen o no profesen todo lo que hay que profesar, sepan o no sepan que el Espíritu de Jesús vive en ellos.
Profundo el contenido del Evangelio de Jesús: somos lo que amamos. Poca cosa si amamos poco. Mucho si amamos mucho.