EVANGELIOS Y COMENTARIOS
Juan 10, 27 - 30
27 Mis ovejas escuchan mi voz: yo las conozco y ellas me siguen, 28 yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano.
29 Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre. 30 Yo y el Padre somos uno.
Comentarios de Pedro Olalde
Hace 2000 años, en un entorno rural, la imagen del pastor tenía fuerza: todos estaban muy habituados a ver rebaños de ovejas pastando en las suaves colinas de Palestina, bajo la atenta mirada del pastor, que conocía el estado de cada oveja y atendía a sus necesidades con todo cuidado.
La Comunidad de Juan, que escribe esta página evangélica cerca de 70 años después de la muerte de Jesús, ha tenido mucho tiempo para reflexionar sobre quién era este Jesús. Y cae en la cuenta de que le cuadra muy bien la imagen del Buen Pastor. Aunque, probablemente, Jesús nunca diría de sí mismo “Yo soy el Buen Pastor”, Juan pone en su boca esta preciosa imagen, de la que muchas páginas bíblicas están impregnadas.
Este relato está en un contexto de confrontación con los dirigentes judíos, que le interpelan a que les diga si él es el Cristo, el Mesías. Jesús rehuye contestar que él es el Mesías, que podría ser muy mal interpretado, y apela a las obras que hace. Todo se desarrolla en un clima tenso. Los dirigentes no creen en Jesús, a pesar de sus obras.
“Mis ovejas escuchan mi voz”. Los que son de Jesús lo escuchan, es decir, le prestan adhesión de mente y de vida (“me siguen”), comprometiéndose con él y como él a liberar y dar vida al hombre.
Quien dice sí a Jesús viene a expresar esto: “Quiero que mi modo de pensar y de proceder se ajuste lo más posible, aunque me cueste, al estilo de vida de Jesús”.
“Yo las conozco y ellas me siguen”. Jesús entabla relaciones de amistad y no de subordinación con nosotros. Y todo nos lo da a conocer, porque no guarda secretos. Esto nos infunde una gran confianza y nos da ánimos para seguirle.
“Yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano”. El don de Jesús a los que le siguen es el Espíritu y, con él, la vida que supera la muerte: estarán al seguro, pues Jesús es el pastor que defiende a los suyos hasta dar la vida.
“Vida definitiva” es igual a plenitud de vida, que se inicia aquí y tendrá su culminación en Dios. Es una plenitud, así lo creemos, que traspasa las fronteras de la muerte y nos hace sentir seguros y victoriosos en Jesús, Buen Pastor, que dando su vida por el hombre, ha resucitado y ha sido glorificado por el Padre.
“Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre”. Nosotros somos fruto de un amor, del amor del Padre Dios, y por la muerte y resurrección de Jesús, hemos sido constituidos en Nueva Creación. Lo más importante para Jesús es el fruto de su obra, la nueva humanidad, que el Padre le ha entregado y que él lo realiza completando con el Espíritu la creación del hombre.
“Yo y el Padre somos uno”. Juan llega a esta conclusión. El Padre está presente y se manifiesta en Jesús, y, a través de él, realiza su obra creadora, que lleva a cumplimiento su designio. (Jn 5,17.30). La identificación entre Jesús y el Padre supone que la crítica a Jesús es crítica a Dios. La oposición a Jesús es oposición al Padre.
Seguir a Jesús es vivir como él. Andar por la vida sin mentir, sin perjudicar, ayudando a los débiles, cuidando la naturaleza, dando la cara por la justicia… todo esto nos puede acarrear algunas “molestias”. Es impensable que vivir los criterios del evangelio, en un mundo que se rige por los opuestos, no cueste ningún precio. En una sociedad tan “civilizada”, como la nuestra, el precio no será la condena a muerte, como lo hicieron con Jesús, pero quizá sea no medrar en la empresa, no ser bien visto en el entorno social, no ser comprendido por los tuyos…
La Palabra del evangelio nos apremia a que nuestra fe no sea teórica, sino viva. Esto supondrá estar vigilantes para que en nuestra vida no nos ajustemos a los criterios de nuestra sociedad. Si creemos que Jesús es nuestro Salvador, o nos convertimos en salvadores, y defensores de humanidad o no somos de Jesús.